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sábado, junio 24, 2006

¿El Armagedón de Bush?

Elecciones de noviembre: ¿El Armagedón de Bush?
Analistas políticos estadounidenses y sondeos de opinión auguran que el partido del Presidente sufrirá un descalabro electoral en los comicios legislativos de noviembre.
lanacion.cl

Martin Kettle/THE GUARDIAN
En la historia de los chascarros editoriales, hay pocos peores que el titular de la portada del diario estadounidense “Chicago Daily Tribune” de noviembre 1948, que decía: “Dewey derrota a Truman”. Esa clásica humillación dejó su huella en la psiquis colectiva del periodismo de Estados Unidos no sólo debido a que un importante periódico se equivocó con los resultados de una elección presidencial la misma noche de la votación, lo cual podría haberse olvidado con el paso del tiempo, sino porque en St Louis al día siguiente el triunfante Harry Truman posó con un ejemplar de ese tabloide en alto para los fotógrafos y, por lo tanto, para la historia.
Aún así, este relato de advertencia parece una prudente introducción para presentar el ambiente que poco a poco se instala en los pasillos del poder en Washington. En la capital de Estados Unidos, la clase política parece estar preparándose para un impactante revés en las elecciones de noviembre del Partido Republicano, en que milita el Presidente George W. Bush.

Sí, posiblemente se equivoquen todos los expertos (no sería la primera vez). Sin embargo, los hechos que apoyan su opinión en este momento son demasiado contundentes.
Tal como lo expresó el analista político norteamericano Charlie Cook, el escenario “pinta color oscuro para los republicanos. Están mal, muy mal. Todos los indicadores de diagnóstico señalan que 2006 será el ‘Armagedón’ para el partido oficialista. La única buena noticia para ellos es que aún faltan cinco meses”.
Es importante resaltar que los indicadores de diagnóstico que Cook menciona se extienden mucho más allá de las lamentables tasas de popularidad del mandatario estadounidense, las que actualmente bordean el 38%. Normalmente, está es la única medición que atrae la atención en Europa. No obstante, la política norteamericana es mucho más sutil, variada y, por sobre todo, localizada que esa variable. Y, en este caso, la pudrición es mucho más profunda.

“Rumbo equivocado”
En cuatro encuestas efectuadas en mayo, por ejemplo, se les preguntó a los estadounidenses si piensan que el país, en general, se dirige en la dirección correcta o incorrecta. Normalmente, esta es una buena forma de tomar el pulso a la salud política del partido del Presidente en el poder. En cada encuesta, menos de un tercio de los encuestados contestaron “en la dirección correcta”, y más de dos tercios dijeron “rumbo equivocado”. Así, un experto en vulcanología diría que nos acercamos a una erupción.

Esto es aún más evidente cuando se les pregunta a los votantes estadounidenses si aprueban o desaprueban el trabajo que hace el Congreso, actualmente controlado en ambas cámaras (Senado y Cámara de Representantes) por los republicanos, aunque no actúa como el “títere” del actual jefe de la Casa Blanca.
En siete sondeos nacionales efectuados hace un par de semanas, entre un 23% y 33 % de los encuestados aprobaron la labor del Congreso, en tanto, la desaprobación varía entre un 52 y un 70 %. Según la tradición popular electoral estadounidense, cuando la tasa de apoyo al Congreso alcanza un 40 %, el partido en el poder puede esperar perder alrededor de cinco de los 435 escaños de la Cámara de los Representantes.
El último sondeo otorga al Congreso un escuálido apoyo del 27 %. “Tenemos un huracán de categoría 4 ó 5 para noviembre”, pronostica el politólogo Thomas Mann, del Brookings Institution. “La duda es si los diques podrán aguantar”, añade.
Mann cree que entre 50 a 60 escaños republicanos en la cámara baja podrían estar en peligro. Dado el alto grado de manejo de los distritos electorales estadounidenses, de forma que los resultados favorezcan al partido en el poder, esto sería el equivalente de una “revolución cultural”.
Claramente, los grandes ganadores serían los demócratas, venciendo la actual mayoría republicana de 27. Sin embargo, sería más sensato percibir una victoria terminante como un rechazo a los republicanos. Marcaría el final de una docena de años de dominio republicano en la Cámara de Representantes que comenzaron con la revolución derechista de Newt Gingrich en 1994. Irónicamente, sin embargo, muchas de las pérdidas se encontrarían entre los pocos republicanos moderados que quedan.
Ninguno de los estudios de opinión divulgados recientemente augura que los republicanos pierdan representación en el Senado.

Para que eso ocurra, los demócratas tendrían que mantener todos sus escaños en el Senado, y además, tendrían que quitarle seis escaños nuevos a los republicanos, incluido uno en Tennessee, Estado difícil de ganar y donde el candidato demócrata es el carismático africano-americano Harold Ford, y contar con que el probablemente victorioso independiente socialista de Vermont, Bernie Sanders, los lleve a 51. En la carrera por el Senado, al igual que con la carrera presidencial de 2004, los golpes más duros tendrán lugar en los estados de grandes oscilaciones como Ohio, Missouri y Pennsylvania.

El factor presidencial

Puede ser peligroso tratar estas elecciones a mediados de un período legislativo como un juicio final respecto del Presidente. Sin embargo, son pocos los que ponen en duda que Bush es la figura central en esta campaña así como Irak es el tema central.
A comienzos de 2005, el Jefe de Estado norteamericano le dijo al diario “The Washington Post” que ya había tenido su “momento de rendir cuentas” respecto de Irak y había sido reelecto. Pero esa era sólo una ilusión. Actualmente se encuentra ante la poderosa combinación de continuar prolongando la ira de los demócratas en torno a la guerra y la creciente decepción de los republicanos.
Además, la tasa de popularidad de Bush es mucho más baja que cualquier otro Presidente estadounidense en su segundo mandato en las últimas décadas del siglo veinte, con la excepción de Richard Nixon, quien tuvo que renunciar a su cargo cuando aún le quedaban dos años y medio de su mandato.
Bush y su “gurú” electoral personal, Karl Rove, actual jefe de la campaña republicana para los comicios de noviembre, intentarán proyectar las elecciones como un concurso entre dos visiones de Estados Unidos. Sin embargo, este proceso eleccionario promete ser un clásico plebiscito. Incluso Gingrich hace poco reveló su opinión que los demócratas deberían basar su campaña en el lema: “¿Estás harto?”.
Si es así y sí los estadounidenses realmente están hartos, entonces hay dos cosas que probablemente ocurrirán después de noviembre. Primero, veremos el creciente aislamiento de un Presidente políticamente debilitado, y segundo, veremos que 2008 marcará un nuevo capítulo. La ira que llevará a los demócratas al triunfo en 2006 no hará lo mismo en dos años más.

Pero no olvidemos a Truman. En el cajón de mi escritorio guardo una copia de un apasionado editorial - el cual afortunadamente nunca fue publicado - que redacté en las horas tempranas de la noche del 2 de noviembre de 2004, bajo el sencillo pero, o así al menos lo percibía en aquel momento, elocuente titular: “Presidente Ferry”. Lo vuelvo a leer a veces para no olvidar que aún falta mucho para que llegue aquel día.